De Juan Ma para Andrés

Uno: No recuerdo bien cómo nos conocimos. Pero seguramente fue una experiencia relacionada con algún tipo de llave de judo versión cholo (de esas que están prohibidas por cualquier consejo técnico de las disciplinas de artes marciales) o la utilización de un objeto punzante y/o cortante. Tenías que estar prestando atención cuando estabas con él. Tenías que estar siempre al tiro. Los sentidos aguzados para estar al pendiente de lo que pudiera pasar. De 0 a 100 en milisegundos… Y siempre ibas con las de perder. Y por eso lo queríamos. Amor apache le llaman.

Dos: Aquella Santísima Playa con la cual comparto nombre, fue testigo del surgimiento y caída de varios superhéroes con poderes inverosímiles. Y en uno de esos terribles y deliciosos días, tanta era la sensación sobrehumana para aquél que apodaban el Saltaman, que en buena hora se le ocurrió tirar un cabezazo al campeón. Agarrarlo desprevenido. Noquearlo a la mala. Imposible hacerlo. En su elegancia, nuestro gladiador se limitó a reducir a este súper-pelmazo a nada. A demostrar que a él, el Golem, el coloso de piedra, era imposible hacerle daño. El superhéroe de pacotilla, lastimado en el orgullo, quedó siempre agradecido por ello.

Tres: No recuerdo nunca haber recibido una palabra o una frase completa de él que tuviera un evidente afán motivador. En mi base de datos solamente tengo presente cagotizas. Era habitual recibir un “No seas pendejo”, “No digas mamadas”, “¿Qué pendejadas dices?”, “¿De dónde sacaste eso?, no mames”. Y con cada una de esas frases para nada alentadoras, a él, como un maestro terrible, le aprendí el que debo moldear un carácter auténtico para mi persona. Que hay que ser uno mismo. Que hay que evitar ser una calca. Que hay que tener un nombre y personalidad propias. Tal vez por eso siempre, en silencio, lo consideré un ídolo. ¿Cómo alguien de mi edad puede enseñarme tanto?.

Cuatro: Le tenía envidia, y mucha. Y el lo sabía. Fuerte, bienparecido, personalidad avasalladora y uno de los mejores defensas que he tenido el placer de ver jugar. Nada que ver con el galeno borrachín malacopiento, con sobrepeso y cachetoncito que suscribe. Lo idealicé y siempre me he dicho que cuando sea grande, quiero ser como él.

Cinco: ¿Cercanos? no siempre. Enlazados: para la eternidad. Nunca fui su asunto más importante, pero sé que alguna vez vió algo en mí, que le hacía quererme y aceptarme como su amigo y presentarme a los demás como tal. Cuando dicen que soy amigo de Andrés Rozada, me paro el cuello. Me siento elegante y contento.

Seis: Lo considero un Titán. Y una verdadera leyenda. Lo quise y lo quiero, lo respeté y admiré.

Siete: Quisiera saber a dónde fue. En dónde está ahora. Y pedirle que me guarde un lugar. Seguro está en los terrenos donde habitan los Aquiles, los Perseos, los Hércules. Cuando sea el tiempo, quiero que me invite a dar una vuelta a ese sitio donde viven para la eternidad los verdaderos Rockanrolla’s.

Ocho: Como mi padre bien me dijo: “Honra a tu amigo. Vive por tí y por él. Por su recuerdo”. Y así será.

Nueve: El ejercicio de demostrar afecto entre nosotros tiene muchas peculiaridades. Pero sé que cuento con ustedes por hoy y siempre. Y sepan que los considero sangre de mi sangre. Juego mi vida y honor por todos y cada uno de ustedes.

Diez: Hasta siempre.

― Por Juan Manuel Cisneros Carrasco / Aker /
Saltaman / Juanma / Jean Baptisse / Batmanuel, 2018