El bocado que me falta

ANtonio Diego Fernández Rozada C.

En memoria de mi primo Andrés.

Inspirado en la lectura del texto que escribió Andrés para festejar el vuelo salvaje de las aves que retornan a poblar el sitio que el hombre había creado para sí. La naturaleza vuelve, siempre. limulus.mx/los-habitantes-sigilosos-de-tlatelolco

Se perdió Andrés.
La avioneta brinca a esta altitud, parece que hubieran baches.
Tomo los binoculares. Una aguja en un pajar.
El fue un boy scout, escalaba, le gustaba desaparecer, sin despedidas.
¡Canijo!, espero andes colgado de un risco en alguna cueva Pericú – tribu originaria de la Baja California Sur – pasando el día entre tus pensamientos y la brisa del mar.
Ambos pilotos me piden direcciones a mí …

Cabo Pulmo es hacia el Este Voy viendo el Mar.

***

Hoy te olvidé. Mentiras, hoy te fuiste. Y de que manera. Tan creativa que parece ficcional, te hubiera gustado, como salida de una buena lectura de corsarios. Alguna vez me confesaste sobre tus trucos de escape. Impunes. Sin despedidas que no te gustaban. De tenis y de corbata, fuiste al primero que vi. Todo un rompecorazones. Le daba a uno estatus ser tu pariente.

Mi infancia la viví contigo. Con los primos que éramos de la edad y nos dedicamos a jugar, de día y de noche, en el agua, en la cancha de fútbol donde cargabas el gen aguerrido de los Diego. Hoy vi un venado. Te encantaba este lugar que hoy te recuerda. Sus playas, el nado suave en sus piscinas calmas que esconden tanta vida. Es un safari. Al sumergirse uno se erizan los sentidos. La belleza se magnifica. Es en el agua donde inicia la vida. La Madre. El alfa y el omega.

Pero aún no es el fin. Encontraron una osamenta dice el de protección civil. Iré yo a verificarlo mientras los buzos lo sacan del agua. De los males el menos, mejor que no lo vean ellos. No quisiera que seas tú. Pero quien quiere la duda si no apareces nunca. Ya se siente tu falta. Un bocado nos quitaron a todos. El día esta soleado en la playa. Pero ni un alma se asolea. Hoy llovió por la mañana. Dormimos al aire libre y las gotas del amanecer nos despertaron. El día lloró. Lloramos todos por tí. Qué tragedia.

En la playa no se oye el incesante piquido de las gaviotas. No pasan las fragatas al vuelo y las auras andan pa otro lado. De pronto aterriza un gran cuervo negro. Dicen que ha sido una muerte rarísima, escasísima, inexplicable a medias. Una muerte así, ante el máximo depredador está reservada para la épica de otros tiempos, donde el Mundo le quedaba enorme al ser humano. Pienso en los cazadores de la antigüedad que enfrentaban osos cavernarios, los pescadores que navegaban sobre canoas en el Océano abierto y se exponían al miedo. Una muerte así es para los valientes. Los que sueñan sin limites y encuentran la inmortalidad en el momento en que dejan su carcaje atrás. Siempre serás joven, Andrés, te recordaremos en la calma del mar. En la paz que nos dejaste.

Vinimos a despedirte a la playa donde te sumergiste la última vez. Curiosamente se llama Arbolito. Casi tengo certeza que la primera casa donde creciste, la de nuestros abuelitos, estaba en la Calle de Árbol. El lugar se siente en Paz. A la tarde del día en que encontraron tus restos los buzos voluntarios de Cabo Pulmo nos sentamos en círculo alrededor de unas velas a contarte historias. Teníamos cervezas pues no se diferenciaba en nada a una reunión con amigos. Con gente que te tenía cariño. Era el peor día. Era el peor momento. Era una tragedia sin motivos ni razones. Pero tu esencia que por ahí permanecía y hoy nos acompaña, transmitía tranquilidad. Había sonrisas en tu despedida. Caminaban cerquitas los cangrejos ermitaños.

Tu tumba era el iris de mil azules. El agua salada son lagrimas. El sol es quien ahora te abraza al caer el día. En el horizonte te besa. Me pregunto tu jefe que hacer con las cenizas. Antes siquiera de imaginar polvos al vuelo o en la raíz de una jacaranda me interrumpió diciendo que lo primero era hacerte una pachanga.

Tu persona es la infancia. La juventud y el vuelo de las aves que juegan. De niños la familia era grande y fuerte. Confiada y sonriente. Tu ahora me lo recuerdas, me haces sentir a mi familia. El parentesco doble. Un tejido entre dos clanes. Tu padre y mi padre. Nuestras madres. A veces invento que hicieron planes. Se pusieron de acuerdo y se juntaron. Tu madre con el hermano de mi madre. Mi padre con la hermana de tu padre. Tejieron un lazo en el que nacimos primos.

Debo ser honesto. Deje de verte hace años. Pero la empatía volvía cada vez que nos veíamos. Compartimos muchísimos recuerdos. Una sola vez te visité en tu casa. Ese departamento completísimo donde me dieron ganas de reservar un tour entre las obras de arte de tu ingenio y el buen gusto para el acomodo. Era tu jardín Zen. La casa de un intelectual, un artista. Un lector con sus gatos.

Por último me consuelan los comentarios de un sabio amigo acerca del espíritu humano. Los antiguos sabían que el espíritu de cada ser tenía una vida que duraba 120 años. Si la persona moría antes de llegar a esa edad, como era normal, esta renacía para cumplir con el tiempo de vida necesario. Si la vida se llevaba de manera correcta según las ilusiones y deseos de cada ser, entonces al cumplirse el periodo, el espíritu llegaría al sol, donde conscientemente y como ser de luz, el ser se encontraría con aquellos que dejo a su paso en la gran cometa. Cabe agregar lo que se dice de las personas que tienen muertes cuando son jóvenes, almas reencarnadas que al cumplir, en la segunda vuelta de su espíritu el total de 120 años pueden ya descansar en paz y Volar, como un halcón.

— por Antón Diego Fernández Rozada, 2017