Santiago Maza

Mistic era un cóctel de férrea disciplina, generosa genética gambetera y un carácter de kevlar y cuero; sin embargo, hoy se va a hablar de cómo era dentro de la cancha y no de su merodear por las calles del chilango.

Porque no hay cadena televisiva con presupuesto suficiente para comprar el especial de éste futbolista icónico de los barrios de la Roma, Satélite y Acoxpa (así como de sus fases canteranas en León y Buenos Aires), a continuación, a modo de inventario, está el desglose de #MiMistic que es de todos pero más mío porque no lo presto porque #MiMistic.

Andrés tenía la misma tracción que lo que una mula minotáurica -hecha con las patas de Cafú e Ivanovic y reforzada con prótesis diseñadas por Giger- podría llegar a poseer.

Contaba con la garra para jugar herido patentada por Beckenbauer. Se había hecho de un gatillo perpetuamente cargado tipo Zlatan; ése que no reconoce el estado de reposo sino lo contrario, se mantiene en un estado de paranoia belicosa siempre listo para riflear a portería… y/o al rival.

Cuando la jugada lo ameritaba, Místico podía lanzar el rugido de batalla de Rafa Márquez; ese con el que vociferaba apoyo, exigencia, respeto y rigor a sus compinches con los que colaboraba en el campo. Aunque no quisiera, llevaba encendida la mirada retadora de Cantona, con esa misma apuntaba al balón, al rival, al árbitro o al colega que recién había regalado una pifia.

Disfrutaba de una capacidad inaudita, que hasta hoy sólo él y Maldini han sabido dominar, para barrer al rival limpiamente y tirar rostro impúdicamente en simultáneo.

Asimismo, preservaba siempre su congruencia -esa à la Gullit- para sacudir el vestidor y predicar con goles y sudor el segundo tiempo.

Es importantísimo señalar que Danger, el duro más duro, tenía los dos huevos de Gattuso en su izquierdo y los dos de su amado Picas Becerril en el derecho. Como buenos architettos, la visión y la barba son paralelismos naturales entre Andrés y Andrea. No Mistic No Party.

Fuera perdiendo o ganando, tres goles anotados o hasta uno que otro en puerta propia, llevaba con él la sólida elegancia de Xabi Alonso. Mistic tenía: la sed por cerveza en el tercer tiempo de George Best; el insaciable hambre por el balón de su chaparrito Lionel; el código de honor de Wenger; la sapiencia innatamente pambolera de Laudrup; el liderazgo de Sir Alex Aguinaga; las rodillas sangrantes de Gravesen; los siete pulmones de Henry; el aguante de Baresi; el olfato a gol desde la zaga de Carlos Alberto; los golazos de Aspe; la ferocidad de Tarantini; el balonazo a la ingle del Cuauh; el gusto por las letras de Valdano y la dedicación por el sci-fi de los Toros Neza.

Pero sobre todo, tenía una abrumadora, inaudita e imperdonable capacidad por volar la bola de la cancha.

Me preocupa más ser buena persona que ser el mejor jugador del mundo, dijo Messi, el mejor jugador del mundo. Mistic opinaba igual, sólo que el sí optó -con disciplina, pasión y contundencia- por dedicarse a ser esa gran persona que hoy tanto aplaudimos.

No quiero ser una estrella; prefiero ser un buen ejemplo para los niños, dijo Zidane. Y Padre Sánchez, tu serás la estrella que pone el buen ejemplo a todos nosotros, tus niños.

— Por Santiago Maza, 2017

publicado en juanfutbol.com