Como seres de la actualidad, estamos subyugados a la percepción visual. Tenemos una seria dependencia hacia las imágenes y esto nos aleja de la realidad absoluta.
En el desierto, durante el día, percibimos las plantas, las dunas y el cielo desde una perspectiva sobresaturada de ejemplos, y por lo tanto demeritamos lo que vemos, y por consiguiente, desaprovechamos la experiencia del desierto en el día. Cuando todo está vibrante de vida. Tenemos que esperar a que caiga la noche y nuestra vista empiece a menguar para realmente apreciar la intensa belleza del lugar. Cada planta necesita ser inspeccionada y reconocida otra vez como si fuera la primera, y es entonces cuando el carácter sagrado del desierto empieza a presentarse de forma sutil pero consistente.
Incluso, el éxito de la misión de autoexploración muchas veces está sujeto a nuestra experiencia visual. En otras palabras, la conjunción de los sonidos, la temperatura, la vista y el estado de salud generan un entorno sensorial que supone la plataforma desde la cual la exploración será llevada a cabo. Dado que altera drásticamente la percepción óptica (generalmente en sentidos diametralmente opuestos a los estándares estéticos contemporáneos), nuestra plataforma de exploración parece ser afectada negativamente. Si hacemos caso omiso de las imágenes que parecerían atormentarnos, encontraremos que el trasfondo general de la experiencia consiste en la armonía del sujeto con el entorno. La armonía del guerrero con el desierto. Y esto, va mucho más allá de lo que podamos ver. Es un estado absolutamente espiritual. Un vínculo que se hace antes de llegar siquiera a las montañas que anteceden al desierto.
Mi experiencia en este 31 de Enero del 2009 consistió en saber que las energías que imperan en el desierto apreciaban mi ofrenda y sacrificio, que a través de mi ser podían ver mi vida, y lo que veían les gustaba. Al menos eso fue lo que sentí cuando intenté sintonizarme con las fuerzas superiores.
Mi sacrificio fue mi propia vida. Llegué al desierto dispuesto a aceptar mi muerte si esta llegaba. Y fui recompensado con la vida.
Ahora sé que mi vida ha sido digna, he llevado una existencia verdadera, insaciable en la búsqueda.
Mis amigos lo demuestran. Estoy rodeado de guerreros.
Estoy feliz. Otra vez, como siempre.
— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2009