Ayer escuchaba en el radio la historia de Jean Bauby, que después de un derrame cerebral despertó dándose cuenta de que podía ver, oír y pensar perfectamente, pero no podía mover un solo músculo fuera de su párpado izquierdo. En esas condiciones escribió un libro que lleva más de un millón de copias vendidas y una película. Dos días después de publicar ese libro, Bauby murió de un problema respiratorio.
Puede sonar a anécdota mañanera de Toño Esquinca, sin embargo lo escuché en 107.9, y además ese no es el punto. El chiste es que a veces esas cosas pasan. La vida de repente da un vuelco. Estemos preparados o no, lo importante es tomar esos cambios a favor. Aún mas importante, es reconocer un agente de cambio como tal, y no dejarlo como un hecho aislado.
Si tenemos vidas sencillas: sin guerras, sin pobreza extrema, sin enemigos mortales, sin una causa por la que dar la vida; creo que es posible inventar nuestros propios agentes de cambio, los motores de una existencia con significado.
Dudo que vaya a venir otro Hitler a llenar la vacante de super villano, y que gracias a eso tengamos un papel que jugar. Prefiero pensar que la vida nos da avisos, casi siempre sutiles, invitándonos a hacer algo por nosotros. Incluso si decidimos no hacer nada y tan solo vivir sin demasiados sobresaltos, puede que el momento de la muerte sea aquello por lo que seamos recordados.
— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2011
publicado en Misterio y Seducción Le scaphandre et le papillon