Al leer esas historias de ficción que alguna vez llegamos a compartir, me dio por reflejar a los seres y personajes fantásticos en la ilusión que es esta realidad en la que coincidimos. Tú eras el místico, aquel al que siempre había que escuchar con atención. Tu paradoja existencial, la cualidad innata de la inmortalidad, hoy encarnada en el impulso de vida y fuerza que nos mueve a todos y cada uno de los que tuvimos la oportunidad de cruzarnos en el camino de Andrés Rozada. Que tu paso en esta dimensión nos impulse a todos a dar los siguientes con la misma convicción y pasión de tus palabras y tu mirada.