Algo sencillo de leer. Una historia simple. Unidireccional. Digamos que van dos sujetos armados a conseguir el mejor taco de cochinita de la historia.

Siendo de los bajos mundos, conocían el rumor de un taquero que había sido bendecido por San Toribio con el don de producir los mejores sabores con base en axiote. Este guey además, a través de un chamán maya pudo hacerse de una receta ancestral para preparar la salsa de habanero más fuerte y sabrosa que haya existido. Este taquero, siendo fuente de tanto sabor, había sido amenazado varias veces de muerte por sus rivales y tuvo que esconderse y escogió como destino para su templo de alimentación una caverna entre Kohunlich y Dzibilchaltun. Se decía que de esa caverna manaban olores tales que había jaguares resguardándola.

Les costó seis meses dar con la caverna. Llegaron siguiendo el rastro de dos inmensos jaguares que habían atacado un puesto de cochinita. Después de un largo día llegaron a la cima de un cerro al que habían subido tras haber descubierto unas cacas con residuos de cebolla morada.

Finalmente, una mañana llegaron estos compadres.

La primera impresión que tuvieron fue de llegar a un oasis. Pero en vez de palmeras y aroma de dátiles encontraron ceibas y chacas y un penetrante aroma a axiote y habanero que surgía de una columna de humo en el siguiente valle, saliendo de entre la selva.

También notaron que no estaban a salvo. Había un enorme jaguar apostado en unas piedras a unos 200 metros al oeste. Estaba atardeciendo y sólo se veía su majestuosa figura recortada sobre la roca. Tal vez fuera uno de los asesinos del puesto de cochinita, platicaban los compadres, mientras acariciaban preocupados sus grandes panzas al descubierto.

Siendo pronta la llegada de la noche, los dos optaron por sacar sus hachas ceremoniales, sus platos sagrados, el mantel mágico y fueron a encontrar la boca de la caverna. Llevaban un par de horas caminando en sigilo cuando al atravesar una senda les salió al paso un Otorongo: un jaguar de proporciones desmesuradas, con manchas en forma de ojos viperinos y orejas puntiagudas y largas, similares a los gatos de las nieves, un depredador oriundo de las zonas mas recónditas de la Amazonia Peruana. Era increíble pensar que hubiera recorrido miles de kilómetros hasta ese lugar, como si supiera también la historia de la cochinita sagrada.

Ambos compadres se quedaron helados, con sus hachas prestas para lo que sería una inútil resistencia, y adoptaron la posición de combate de la monumental del América: manos arriba y abiertas al estilo del gran ave y con una pierna levantada. El majestuoso Otorongo los observó un instante que parecería una eternidad y atacó.

Mató al primer compadre al instante de un zarpazo. El segundo tardó otros 10 segundos en caer.

— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2009

Para ser elegante al grado de rozar la decadencia, sin caer en ella, y poder gozar de una excentricidad festejada, he aquí una serie de consejos.

Primero, se debe tener una total falta de respeto por los horarios establecidos. Para aquel con un sentido estético depurado, cualquier hora es más que adecuada para servirse un trago, fumarse un habano y por supuesto, tener sexo indiscriminado. Es menester del persecutor de la elegancia poder disfrutar de una sesión de desenfreno sexual sin el menor reparo hacia lo socialmente aceptado, pues la obtención y profanación del objeto de deseo, no es sino una constante en aquellos versados en las artes del placer y hedonistas consumados.

La elegancia a menudo se presenta cerca del dinero, pero en tiempos del uber-capitalismo, ser rico ya no es algo raro ni exclusivo. Ahora todo el mundo tiene acceso a los lujos y al entretenimiento burgués. También la ropa cara ha dejado de interesar a quienes buscan la elegancia. Me atrevo a decir, que las demostraciones de clase más contundentes que haya presenciado han venido de gente con poco o nada de dinero, casi en situaciones de indigencia pero con un aplomo y unos gestos que dejarían callado a cualquier socialité neoyorquino.

Y justamente menciono a la sociedad de dinero norteamericana, pues ellos fueron los primeros en desvincular la elegancia de la acumulación de bienes. Su clase privilegiada, en un intento desesperado por escapar de todos los clichés a los que estaba sometida, american psycho, brat pack, beverly ricos, príncipes del rap y demás, se pusieron a buscar una identidad en las calles y afuera de sus academias de piano y poesía inglesa. Finalmente dieron con los restos marchitos del grunge que parecían querer decir más que guitarrazos y alcoholismo.

No tardaron mucho en darse cuenta de otra infinidad de corrientes que fluyen por la ciudad, pero debajo del radar de los medios elitistas, y así, en bares bohemios y clubes de electrónica se empezó a gestar esta nueva cultura de opulencia desgarbada.

En estos tiempos, demostrar un nivel cultural es lo chic. Demostrar que se ha viajado, demostrar que se ha leído, demostrar habilidad en los enseres del día a día, autosuficiencia, pero sobre todo, y después de haber tenido que demostrar todo lo anterior, mantener el sentido del humor. Esa es la prueba y denotación máxima del elegante de nuestros tiempos: poder reír a pierna suelta por algún chiste bien sincronizado. Y es tan importante el humor en esta nueva escala de valores pues es un símbolo de humildad. La humildad por extraño que parezca es el epítome de la elegancia. Y he aquí la mayor de las contradicciones del lenguaje, y es contradictoria pues funciona en dos sentidos igualmente contradictorios. Si la humildad es el símbolo máximo de la elegancia, entonces, en la opulencia subraya lo naco.

Esta regla básica me ha hecho reconocer en la gente que me rodea a los nacos y a los elegantes. Y a menudo es sorprendente. Ahí donde todo huele a Zegna, a menudo hay una caca escondida. Ahí donde la gente es amable y los chistes dan risa y luego te ponen a pensar, ahí hay gente que sabe llevarse. Con clase.

No me quiero poner en ninguno de los dos papeles, pues soy solo un esteta disfrazado de taquero, pero si tuviera que elegir sería el más opulento de todos, para que con mi naquez pasara por debajo de los radares de las personas elegantes y observadoras y así, llevar mi humildad mas allá de ellos, una humildad disfrazada de mal gusto enjoyado.

Es sólo darle un giro más a la tuerca, pero con todo lo divertido de ser bien pinche naco. Un poco como si un día de estos, nos enteráramos que Donald Trump dirige un club de filósofos e intelectuales renacentistas, pero no quería que sus amigos nacos se enteraran, pues tal vez lo dejarían de frecuentar.

O como si Niurka Marcos hubiera empezado bailando danza clásica en una compañía cubana en la época comunista, y manejara una red de contrabando de obras literarias prohibidas por el régimen.

— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2010
publicado en Misterio y Seducción, Sobre la elegancia y el buen gusto

En tiempos de Juegos Olímpicos me puse a pensar en el rendimiento encabronado de los atletas, y en cómo dedican sus vidas a mejorar su cuerpo, optimizando cada detalle y disciplinando sus mentes, para competir con registros en constante mejora desde hace varias décadas.

El cuerpo humano es básicamente una máquina que procesa alimentos y los convierte en energía para mover los músculos. Tensión y contracción. Estos se fortalecen a través del ejercicio y así, el cuerpo humano puede soportar más energía y producir más fuerza. Un boxeador típico debe golpear diario en promedio unos 200 o 300 golpes, tal vez mas, tal vez son miles. Sería interesante calcular cuanta energía acompaña cada uno de esos golpes y así promediar la cantidad de energía que produce un boxeador regular a lo largo de una carrera promedio de entre 10 y 20 años. Luego, sumamos toda la comida que consumió el boxeador durante todos esos años, y básicamente veremos que con algunos metros cúbicos de comida se puede producir una energía equivalente a la de una bomba gigantesca.

El cuerpo es un motor de una eficiencia sin comparación. El cerebro es una supercomputadora. Nuestros peores enemigos son la escasez de tiempo, la degradación celular.

— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2012
publicado en Misterio y Seducción, Potencial

Sociedades estables en evolución constante han llevado a la humanidad a producir tecnologías y sistemas complejos que terminaron por modificar completamente el entorno en el que habitamos. La mitad de la población del mundo vive concentrada en ciudades que para mantenerse necesitan cantidades increíbles de recursos. Cada población por pequeña que sea, necesita una red hidráulica y de drenaje, redes ferroviarias, carreteras por donde le lleguen los alimentos y otros consumibles, y una red eléctrica, por nombrar lo más básico.

Una ciudad es un sistema extremadamente complejo que en ciertas ocasiones parece estar soportado en alfileres. ¿Que pasaría en el D.F. si el sistema Cutzamala sufriera de algún daño significativo cuya reparación tomara más de 2 semanas? No hay nada como un desastre natural para poner las cosas en perspectiva y regresarlas hasta un origen ya olvidado. Si despertáramos un día sin servicios: sin carreteras, sin luz ni agua o combustible, la ciudad duraría apenas unas horas.

Los gavilanes y los perros no podrían abastecer el apetito carnívoro de varios millones de habitantes concentrados en un valle.

El canibalismo llegaría pronto.

— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2013
publicado en Misterio y Seducción Antropófagos en estado latente

La Ciudad de México está atestada de pedazos aislados de civilización forzados a convivir con una infinidad de objetos en un entorno ajeno a su realidad original. Esta amalgama visual y espacial es el contexto en el que Xipe Tótec, una intervención escultórica de Thomas Glassford, viene a establecer su discurso, fungiendo como un nuevo protagonista de la ciudad.

Esta obra, que cubre las fachadas de Centro Cultural Tlatelolco y que está conformada por una red luminosa a base de LED, podría ser vista como un remanente inverso, o un precursor, de una cultura que está por venir y que atinadamente surge en una cabecera de la Plaza de la (todavía) Tres Culturas. La compleja retícula de luz está diseñada sobre la base de las proporciones de la geometría precisa de los cuasicristales. Estas estructuras atómicas aperiódicas fueron descritas por los científicos occidentales apenas en 1984, pero sus formas geométricas ya habían sido utilizadas cinco siglos atrás, en la época medieval, por arquitectos islámicos. La polémica generada por la improbabilidad de que este conocimiento se encontrara plasmado en el arte mucho antes de que la ciencia llegara a constatarlo es un ejemplo rotundo del perpetuo menosprecio de los logros ajenos.

En este sentido Xipe Tótec hace uso de un debate aparentemente externo que, al insertarse en la ciudad, genera un discurso propio manifestando la vigencia de la eterna lucha entre culturas. El nombre azteca de Xipe Tótec (Nuestro Señor desollado o Bebedor nocturno) refuerza el carácter atemporal de la obra, al tiempo que le confiere un simbolismo acorde a su ubicación. Según la mitología azteca, Xipe Tótec se quitó la piel para alimentar a la humanidad, y en las ceremonias en su honor, los sacerdotes vestían las pieles de sus enemigos. La intervención de Thomas Glassford es una piel que viste un edificio de otra época respetando su esencia original y extendiendo su carácter icónico a los confines de la noche.

— por Andrés Rozada Diego Fernández, 2010
publicado en Tomo Arte, Arquitectura y Diseño

¿Qué te puedo decir del Andrés?

Seguido me acuerdo de él y pues me llena de mucha tristeza y luego me pongo melancólico porque la verdad lo extraño y me hace falta cotorrear con él.

Uno de mis mejores amigos, lleno de cualidades y defectos como todos y como yo.

Era un cabrón con el que siempre podía contar, creo que su inteligencia emocional era mucho más avanzada que la de muchas personas, a lo que me refiero es que era mucho más maduro con sus ideas, impulsos y sentimientos.

Creo que desde muy joven aprendió a desarrollar sus relaciones de una manera más profunda y cercana y es por eso que tanta gente lo quería. De igual forma como siempre podías contar con él, creo que si no jalabas parejo y le hacías una mamada fuerte, él sabia distanciarse.

Nos hicimos buenos amigos solo unos meses después de que su Mamá falleció. Tuve la oportunidad de ir a un viaje con él y pues nada más éramos él y yo. Teníamos unos 15 y creo que esas primeras interacciones y pláticas fueron lo que definió nuestra amistad. Nos estábamos quedando en un pueblito y no había nada que hacer, ni ver la tv, ni nada por el estilo, sólo trabajar en el campo y luego echar la hueva. Por obvias razones nos conocimos mucho mejor y nos hicimos más cercanos.

Sólo una vez me contó de su jefa, no le hice preguntas, sólo lo escuché y le mencioné que si necesitaba hablar más pues ahí estaba. Creo que su forma de lidiar con esa situación fue madurar y crecer tanto espiritualmente como emocionalmente mas rápido que yo y mis demás amigos.

Algo muy especial de Andrés, era que le gustaban muchas cosas que las demás personas pasamos por alto, en su último viaje a NY, me mencionó que le parecía una excelente idea los poemas que ponían en el metro, y nos platicó de uno que acababa de leer.

Cuando me iba del DF y me mudaba a NY, sin decirme nada me regaló un libro. Sé que tal vez lo hizo para desearme suerte y para confirmar su cariño y amistad hacia mí, pero pues también creo que fue un recordatorio de que pasara lo que pasara, siempre podía contar con él.

Esos y muchos más otros detalles y actitudes es lo que lo hicieron un gran amigo y persona. Desde que me acuerdo, siempre hizo lo que quiso y pues yo me quedo con esa libertad que lo caracterizaba y me gusta pensar que vivió sin arrepentirse de ninguna de sus decisiones.

—  por Nacho Morales, 2018

límulus.mx

Texto de Andrés Rozada
Fotos de Mateo Pizarro

La ciudad de México se compone de un sinfín de matices sobrepuestos, fruto de una historia larga y de suma complejidad. A menudo estos matices resultan siniestros, pero muchas otras veces, la ciudad nos sorprende con detalles de ligereza y sencillez que tanto bien hacen a sus habitantes.

Hace 7 u 8 años, manejaba sobre avenida Revolución hacia el sur cuando algo llamó mi atención. Una pareja de halcones se acababa de posar en un anuncio espectacular. No podía caber de asombro, pues, habiendo crecido en el Bajío, asociaba estas aves a las cañadas y montañas semiáridas de la sierra donde hay abundancia de presas: liebres, palomas, lagartos o ratones de campo. De chico podía pasar horas mirando por la ventana cuando salíamos a carretera rumbo a Jalisco o San Luis Potosí, buscando verlos volando a lo lejos, aprendiendo a distinguirlos de entre los zopilotes.

En aquellas épocas no había nada como ver un cernícalo haciendo “el espíritu santo”. Este método de caza, además de ser muy efectivo, resulta en un despliegue absoluto de habilidad, pues el halcón, a pesar del viento, permanece estático a unos 10 o 15 metros sobre la desprevenida presa, manteniéndose en dicha posición con ligerísimos movimientos del ala. Y cuando había suerte y el halcón se desplomaba en picada, al volver a aparecer de entre las hierbas lo hacía con la cena entre las patas.

Después de aquel día en Revolución, empecé a verlos con relativa frecuencia, una o dos veces al año, volando casi siempre en pareja. Aves de gran envergadura planeando imperturbables sobre las avenidas. Verlos aquí se volvió una especie de ritual sagrado, un símbolo de buena fortuna.

A principios del año pasado, el trabajo me llevó a Tlatelolco. Y tenía que ser ahí, en uno de los epicentros de la cultura de este país, que la buena fortuna se volviera algo cotidiano. En una de las primeras visitas vi aparecer a una pareja de halcones de Harris entre los árboles del Jardín Santiago, y a partir de entonces cada semana dedico varios minutos a verlos saltar entre las ramas, volar de un edificio a otro, viviendo en la ciudad.

Estos halcones se distinguen por ser sumamente sociables y cazar en grupos. Esta cualidad, aunada a su gran inteligencia, es una de las razones que hace de esta especie una de las más populares utilizadas en cetrería. Incluso han sido utilizados en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para ahuyentar aves y así evitar riesgos de accidentes.

No sé desde hace cuanto esta pareja halcones de Harris y una de sus crías decidieron quedarse a vivir en la ciudad, pero me parece una señal de que las cosas pueden mejorar. Si las áreas verdes de la ciudad y las azoteas de nuestros edificios son habitables para un grupo de rapaces, entonces se antojan posibles muchas otras cosas. La fauna de este valle, que tanto hemos alienado al saturarlo, parece encontrarse dispuesta a resurgir si la proveemos de los incentivos adecuados. Depende de sus pobladores y de sus gobernantes que empecemos a apreciar esta posibilidad.

 por Andrés Rozada Diego Fernández y Mateo Pizarro

1. En otra ciudad, la de los rascacielos, tan retratada en películas y a la que muchos nos sentimos cercanos, existe la historia con todo y documental (obvio), de un halcón cola roja llamado Pale Male. Este veterano de 24 años habita desde 1991 un edificio de la quinta avenida que da a Central Park. Está considerado uno de los primeros halcones que llegaron a Nueva York, y el principal responsable de haber engendrado a varias crías que se quedaron a vivir en la ciudad, y que ahora forman parte de una población estable que anida en los icónicos puentes y edificios de Manhattan. Grupos de aficionados a las aves suelen verse en el parque armados con sus lentes, buscando ver al legendario halcón mientras sale a hacer sus cosas.